Los lectores más antiguos y fieles del blog quizás recuerden que, en la primera entrada que inauguraba la sección de Vida en el campo, dedicada a experiencias de abandono de la vida urbana y vuelta a la naturaleza, comentábamos el libro “Entre limones”. En esta obra, publicada en 1999 y que se ha convertido en un clásico, el británico Chris Stewart contaba las aventuras que le ocurrieron cuando decidió comprar un cortijo ruinoso en las Alpujarras occidentales en Granada con la intención de vivir lejos de la civilización. A partir de ese momento se sucedían todo tipo de anécdotas a veces tiernas, a veces descabelladas y a veces hilarantes, pero siempre muy entretenidas.

Y en esta ocasión nos gustaría hablar de la segunda parte de la historia “El loro en el limonero”, que, como el anterior, consideramos que es una historia sanadora por motivos que explicamos más adelante. También puede servir como inspiradora para aquellas personas que quieran cambiar la ciudad por el campo. En esta ocasión el autor y protagonista ya tiene unos 48 años y una hija de cinco que se llama Chlóe.

Una de las diferencias que aporta esta nueva entrega es que se bucea en el pasado del protagonista lo cual ayuda a entenderle mejor y también a quererle más. Así, se cuenta por ejemplo la historia de cómo llegó a España por primera vez 20 años de lo que se relata en estos libros. La anécdota merece la pena ser contada: ocurrió cuando escuchó por primera vez un disco de flamenco y se enamoró del sonido de la guitarra española. El aprender a tocarla se convirtió en tal obsesión para Chris que para lograrlo viajó a Sevilla sin hablar español y sin conocer a nadie allí. Tras una temporada en la ciudad aprendiendo a tocar su instrumento favorito, tuvo que regresar a su país, pero habiendo quedado prendado de España para siempre. También se descubre que, antes de volver a la Península, llevaba 20 años trabajando en la ganadería. Así que no es que empiece de cero en esta actividad cuando llega a  Granada, como podía parecer en el primer libro.

En esta entrega también se cuenta su paso por el conocido grupo musical Genesis. La cual no tuvo nada de heroica ni extraordinaria. Al parecer fue batería durante un año mientras eran un grupo de jóvenes que tocaban por afición. En el momento en que fueron contratados por una discográfica y se profesionalizaron, le echaron. ¡Tal cual!

Otra novedad que nos encontramos es que se describe cómo empezó a escribir la anterior entrega de sus memorias, enfrentándose al problema de tener que sacar tiempo para poder hacerlo entre las muchas tareas que requería el cortijo El Valero. Para ello contrató a Manolo del Molinillo, un habitante del pueblo, que pasa a convertirse en otro personaje de pleno derecho en esta historia. Casi un integrante más de la familia hasta el punto de que incluso ayudaba a llevar y traer del cole a Chlóe. Además, cuando se publicó en Inglaterra el primer libro de Chris y, contra todo pronóstico, ascendió rápidamente en las listas de los más vendidos. Es por ello que también se narra como un reportero famoso y un par de fotógrafos viajaron hasta El Valero para hacer un reportaje. De esa forma, la familia durante unos días cambió su aislado retiro por el ajetreo de la fama que les obligó a dejarse interrogar y fotografiar como si fueran estrellas de cine o del deporte.

Uno de los principales atractivos para la recomendable lectura de “El loro en el limonero” quizás sea la actitud despreocupada y animada que muestra el protagonista ante los problemas y jaleos de todo tipo que se le van presentando y su creatividad para resolverlos. Lejos de agobiarse o sentirse preocupado por los problemas, el inglés trasplantado a las Alpujarras los va resolviendo con tranquilidad y buen talante. Quizás el mejor ejemplo y el que más toca la fibra sensible es capaz de tocar la fibra sensible es la narración de como celebraron una Navidad en la que las semanas anteriores estuvo lloviendo y se llenó la casa de goteras, las placas solares no podían producir electricidad y no tenían dinero para compras. Tras pasar penalidades sin cuento, al final el matrimonio y su hija que en ese momento tenía 3 años lograron ser felices esos días.

Eso no significa en absoluto que sea un irresponsable, pusilánime, ni un pasota, pues va afrontando y solucionando las situaciones que la vida le va planteando. Quizás el ejemplo más importante y también más emotivo de esta forma de ir por el mundo sucede cuando Chris se ve obligado a mediar en un conflicto doméstico entre un pastor y su novia holandesa. A pesar de lo desagradable de la situación y la hostilidad demostrada por el hombre, el protagonista del relato es capaz de mantenerse sereno y firme en su auxilio a la mujer agredida. Se convierte de esa forma en un ejemplo  de templanza y de la mejor hombría posible: la que defiende los principios y hace lo correcto pero sin necesidad de recurrir a la violencia verbal o física. Como consecuencia de su valerosa acción, Chris estuvo unos días viviendo bajo amenaza de muerte, antes de la que situación se arreglará de forma tragicómica como tantos otros episodios de la saga.

Otro de los grandes aciertos de este libro es la capacidad del autor para convertir en amenos y divertidos no sólo temas tan interesantes como la lucha del matrimonio contra la instalación de una presa cerca de su casa  o la defensa de una mujer, sino también otros tan aparentemente intrascendentes a priori como la instalación de un teléfono en el cortijo. A ese respecto, se puede mencionar el capítulo dedicado al loro del título que llega por casualidad y se convierte en un miembro más de la familia y fuente de todo tipo de anécdotas, que justificaría por sí misma la lectura. O la forma en que es capaz de sacarle punta, a lo largo de 5 páginas con humor y retranca, a la manera correcta en que se debe escribir una nota al conductor del autobús escolar para comunicarle que su hija no volverá en bus a casa por la tarde. ¡De verdad!

Y a los lectores que se queden con ganas de seguir más aventuras de este atípico héroe deben saber que existe una tercera entrega de sus relatos autobiográficos llamada “Los almendros en flor”, que no comprometemos a comentar aquí en el futuro.

       Luis Gállego

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