Así, según el autor, el envejecimiento no sería un proceso rígido e inexorable, sino que tendría un carácter fluido y cambiante pudiéndose acelerar, demorar, detener un tiempo y hasta revertir. Desde esta perspectiva, nuestra firme creencia y expectativas de que el envejecimiento va irremediablemente acompañado de decadencia física y mental se convierte en una profecía autocumplida. El hecho de que tradicionalmente la vejez vaya acompañada de altas tasas de enfermedad y senilidad se convierte en una expectativa que parece imposible retrasar o mejorar.
Frente a eso la imagen que ofrece Chopra del envejecimiento no es la de un proceso que nos sucede como sujetos pasivos, sino que nosotros programamos como ocurre con nuestras creencias, actitudes e ideas adquiridas, que son en su mayoría inconscientes. Por tanto, cambiando las creencias, se podría conseguir una vivencia diferente de la vejez. Esta hipótesis no pretende ser una predicción que podría suceder en el futuro, sino que es algo que, en parte, ya ha sucedido, pues muchas personas que actualmente tiene 60 y 70 años llevan una vida tan activa y saludable como la que llevaban los de 40 y 50 en el pasado. Lo cual demuestra que el envejecimiento no es un proceso completamente predeterminado de forma fatalista, sino que se puede influir mucho sobre él. Y es que el envejecimiento sólo explica el 1% del total de los cambios que se producen anualmente en el cuerpo y si se encuentra la llave de control que manipula la inteligencia interior, se pueden lograr importantes mejoras.
En la tercera parte del libro se comienza abordando el envejecimiento desde la perspectiva de la entropía. Entendiendo por tal la tendencia universal de la materia a descomponerse en desorden. Sin embargo, el autor plantea que existe una fuerza contraria a la entropía que él designa como inteligencia, que promueve la evolución. Por tanto, el avance hacia la complejidad no sería causa del azar como plantean la mayoría de las teorías científicas, sino de este poder creativo.
También se aclara que la vejez no se puede considerar exclusivamente como un avance de la entropía, pues este planteamiento además de dualista es simplista. Frente a eso se recuerda que la pervivencia de la vida solo resulta posible por la combinación continua de creación y destrucción.
A partir de ahí se menciona la importancia de llevar un estilo de vida equilibrado que incluya hábitos saludables. Para entenderlo se cita un estudio pionero realizado en 1965 en la Universidad de los Angeles. En él se recopiló por escrito los hábitos de los 7.000 sujetos que participaban en el experimento y se llevó a cabo un seguimiento durante más de cinco años. Al cabo de ese tiempo se descubrió que la esperanza de vida no estaba relacionada tanto con el estado físico, la herencia genética ni con los ingresos monetarios, sino con la práctica de una serie de hábitos simples. Entre ellos destacaban dormir siete u ocho horas, desayunar casi todos los días, no tomar alimentos entre comidas, tener un peso normal, realizar actividad física regular, beber con moderación y no fumar. Los que seguían estas buenas costumbres podían llegar a cumplir hasta un máximo de treinta años más respecto a los que tenían malos hábitos.
A continuación se aborda el tema del libro desde el punto de vista del lenguaje. Así se considera que las palabras son más que símbolos; son activadores de información biológica. Además, tienen el poder de programar la conciencia.
Por eso resulta tan importante elegir correctamente los conceptos y palabras que se manejan. Aplicado esto a la vejez es fácil observar que en nuestra cultura ésta se encuentra rodeada de connotaciones negativas y de prejuicios desfavorables. Así, los viejos son considerados prejuiciosamente “como incompetentes, inflexibles, atados al pasado, asexuados, no creativos, pobres, enfermos y lentos” (página 200). Y, por el contrario, se idealiza a la juventud obviando que “los porcentajes más elevados de crímenes, abusos de drogas, alcoholismo, suicidio, esquizofrenia y disturbios sociales se presentan entre los jóvenes. Sin embargo, la juventud es un ideal simbólico al que casi todo el mundo responde positivamente” (página 200).
Esta perspectiva asocia la vejez con un creciente desorden y fragilidad sin tener en cuenta que éstos pueden aparecer en cualquier momento y que, en gran medida, depende de los propios hábitos. Así, un septuagenario que acostumbra a correr puede tener un sistema inmunológico superior al de un hombre de 45 años que lleva una vida sedentaria. Además, muchos ancianos conservan sus facultades y muchas habilidades creativas maduran hacia el final de la vida.
En la cuarta parte del libro el autor, tras haber escrito sobre el envejecimiento hasta ese momento, analiza la otra cara de la moneda: la longevidad. En ese sentido se propone “examinar estos nuevos hallazgos con la esperanza de descubrir los más esenciales, las claves de la longevidad que son válidas para la mayoría, o quizá para todos” (página 272).
Y lo primero que se constata en esta indagación es el carácter imprevisible de ésta pues no es posible prever con certeza que personas llegaran a una edad avanzada y ni la genética ni el estudio del estilo de vida parecen tener la respuesta tajante a ese interrogante. A partir de ahí se indica que hoy en día cumplir 50 años se puede considerar el momento de un segundo nacimiento pues se pueden vivir otros 30 o 50 años más. El viejo paradigma que afirmaba que, a partir de esa edad comenzaba la cuesta abajo y el declinar de la existencia ya no tiene sentido, pues el nuevo afirma que la vida es cambio constante y, por tanto, habría potencial para seguir creciendo a partir de esa edad.
A continuación el doctor Chopra aborda las comunidades en las que históricamente han existido un gran número de ancianos longevos. En concreto se fija en Abjasia, remota región montañosa del sur de Rusia. Ésta atrajo la atención del mundo en los años 70 por el gran número de personas de edades superiores a los 100 años y su buen estado de salud. Aunque posteriormente se descubrió que las edades no eran tan elevadas como se creyó al principio sí que se pueden sacar muchas enseñanzas de su ejemplo. Empezando por tratarse de un modelo cultural de aprecio a la ancianidad, tan diferente del nuestro. Así, por ejemplo, a los centenarios no se les llama viejos o ancianos, sino los de la vida larga. Se valora y alaba la ancianidad hasta el punto que uno de sus brindis más habituales es “qué vivas tanto como Matusalén”. Situación que contrasta con la de Estados Unidos donde la vejez se considera una lacra, el territorio de la dignidad perdida y la incompetencia.
En cuanto a los hábitos de este grupo humano se ha estudiado que tiene una dieta frugal, que llevan una vida muy activa trabajando y montando a caballo hasta edades que en Occidente parecen inconcebibles. Además, su existencia transcurre sin estrés, comen despacio y valoran los alimentos frescos. “Su rutina tiene un tempo más vinculado con los ritmos biológicos que con los patrones atropellados que predominan en casi todos los países desarrollados” (página 333).
Después se abordan los trastornos mentales que pueden acompañar a la vejez y que se agrupan bajo el concepto de senilidad: mala memoria, confusión, desorientación, irritabilidad, capacidad de atención abreviada, inteligencia reducida y, el más temido de todos, el mal de Alzheimer. Respecto a este tema Deepak Chopra indica que la incidencia estadística de estas dolencias es menor de lo que se suele creer. Además, explica que el organismo posee mecanismos para que el cerebro se desarrolle si se mantiene activo. Y se mencionan ejemplos históricos de ancianos que mantuvieron su lucidez y creatividad a edades muy avanzadas como Miguel Ángel, Rubinstein, Martha Graham, Picasso, etc. Además, se hace ver que en estas edades la sabiduría alcanzada sustituye y compensa en muchos casos la perdida de otras habilidades.
Tras eso se hace un repaso de los logros de la medicina convencional en la prolongación de la vida humana. Se reconoce que éstos han sido muchos en la disminución de la mortalidad infantil y la provocada por las enfermedades infecciosas. Sin embargo, en la prolongación de la vida adulta sus resultados han sido mucho más discretos. Por eso Chopra plantea que la búsqueda de la longevidad sea considerada una tarea individual. Y lo que él propone para conseguir alargar la vida es, en primer lugar, trabajar para conseguir un dominio activo de la propia vida; alcanzar la independencia y autonomía personal que, como ya se ha indicado, parecen ser los factores que más influyen en la longevidad. De forma que se aportan 10 claves concretas y precisas para lograrlo.
La otra herramienta que se ofrece para lograr una vida longeva es la preservación y el cultivo del prana. Este sería una forma sutil de energía biológica, que también ha sido llamada “fuerza vital” o “energía de la vida”. Para nutrir el prana y nutrirse con él, en esta obra se dan una serie de indicaciones sobre la dieta, el ejercicio, la respiración, la conducta y las emociones. Sintetizando mucho los elementos que resultan beneficiosos para este cultivo de la energía serían:
En el último tramo de la obra, el autor del mismo aborda los aspectos filosóficos del envejecimiento tratando los temas de la muerte, el tiempo y, rematando este completo libro, con una alabanza del amor como medio de trascender lo temporal y contactar con el Ser intemporal. Postura que resume el abordaje del tema del envejecimiento desde una perspectiva espiritual.









