En esta entrada del blog vamos a tratar una obra clásica sobre el tema del envejecimiento y como mejorar sus manifestaciones, publicada en 1993 por el médico endocrinólogo Deepak Chopra, que expuso unos planteamientos revolucionarios sobre el mismo. Y es que, para abordarlo, el autor parte de la teoría cuántica, la conexión cuerpo mente y el poder de la conciencia. Para ello comienza el libro planteando un reto fascinante al lector para que olvide sus creencias y prejuicios y adopte una nueva visión que pretende ser mucho más útil para entender y cambiar el proceso de envejecimiento. 


Así, según el autor, el envejecimiento no sería un proceso rígido e inexorable, sino que tendría un carácter fluido y cambiante pudiéndose acelerar, demorar, detener un tiempo y hasta revertir. Desde esta perspectiva, nuestra firme creencia y expectativas de que el envejecimiento va irremediablemente acompañado de decadencia física y mental se convierte en una profecía autocumplida. El hecho de que tradicionalmente la vejez vaya acompañada de altas tasas de enfermedad y senilidad se convierte en una expectativa que parece imposible retrasar o mejorar.


Frente a eso la imagen que ofrece Chopra del envejecimiento no es la de un proceso que nos sucede como sujetos pasivos, sino que nosotros programamos como ocurre con nuestras creencias, actitudes e ideas adquiridas, que son en su mayoría inconscientes. Por tanto, cambiando las creencias, se podría conseguir una vivencia diferente de la vejez. Esta hipótesis no pretende ser una predicción que podría suceder en el futuro, sino que es algo que, en parte, ya ha sucedido, pues muchas personas que actualmente tiene 60 y 70 años llevan una vida tan activa y saludable como la que llevaban los de 40 y 50 en el pasado. Lo cual demuestra que el envejecimiento no es un proceso completamente predeterminado de forma fatalista, sino que se puede influir mucho sobre él. Y es que el envejecimiento sólo explica el 1% del total de los cambios que se producen anualmente en el cuerpo y si se encuentra la llave de control que manipula la inteligencia interior, se pueden lograr importantes mejoras.

Tras establecer estos planteamientos de partida, en el resto del libro se va profundizando en cada uno de ellos. Así, en la segunda parte se analiza la forma en que influye el poder de conciencia sobre el proceso de envejecimiento. Esta influencia puede ser positiva o negativa, ayudando a la curación y la mejora o, por el contrario, al empeoramiento y la decadencia. Esto dependerá de cómo se condiciona o adiestra a la conciencia. Por ejemplo, existe un condicionamiento social que nos afecta a todos creando una imagen de la vejez que luego el cuerpo acaba cumpliendo. Esta premisa se ha comprobado en estudios antropológicos en los que se ha constatado que síntomas que consideramos propios de los viejos en nuestra sociedad como la hipertensión, sordera, colesterol alto o cáncer no aparecen, o lo hacen en menor medida, en otras sociedades.

Para explicar como la conciencia puede afectar al envejecimiento se explica en detalle el experimento realizado por la psicóloga Ellen Langer y sus colegas de Harvard en 1979. En él se organizó un retiro de ancianos mayores de 79 años. Una parte del grupo se alojó en un entorno que reproducía fielmente el año 1958 y se les obligó a que no tuvieran ningún objeto ni hablaran de ningún tema que fuera posterior a esa fecha. Al final de ese tiempo se descubrió que habían mejorado la memoria y la destreza manual. Pero no sólo eso, sino que también hubo mejoría en los indicadores fisiológicos como la fuerza muscular, la calidad de oído y la vista, el estado de las articulaciones y la postura

La conclusión del experimento fue que se había logrado un cambio en el proceso de envejecimiento a través de trabajar la conciencia con la atención y la intención. Eso le permite a Deepak Chopra afirmar que “la calidad de la vida que llevamos depende de la calidad de la atención. Aquello a lo que le prestes atención cobrará importancia en tu vida. No hay límite para los cambios que la conciencia pueda producir. En nuestra sociedad no utilizamos el flujo de atención para producir resultados; no tenemos idea de la energía y la información que comienzan a generarse dentro de nosotros cada vez que experimentamos un cambio de conciencia” (página 137).

En la tercera parte del libro se comienza abordando el envejecimiento desde la perspectiva de la entropía. Entendiendo por tal la tendencia universal de la materia a descomponerse en desorden. Sin embargo, el autor plantea que existe una fuerza contraria a la entropía que él designa como inteligencia, que promueve la evolución. Por tanto, el avance hacia la complejidad no sería causa del azar como plantean la mayoría de las teorías científicas, sino de este poder creativo.

También se aclara que la vejez no se puede considerar exclusivamente como un avance de la entropía, pues este planteamiento además de dualista es simplista. Frente a eso se recuerda que la pervivencia de la vida solo resulta posible por la combinación continua de creación y destrucción.
Para oponerse a la entropía hay que utilizar el trabajo, es decir, la aplicación ordenada de energía. Sin él, la energía simplemente se disemina, se dispersa. Por eso resulta tan importante practicar ejercicio físico a cualquier edad incluso en el caso de los ancianos pues está demostrado que, con su práctica, se recibirá el mismo incremento en fuerza, resistencia y masa muscular. Para apoyar esta tesis se menciona un estudio de la Universidad de Tufs, donde existe un gran centro de estudio del envejecimiento humano. Allí dos científicos, Williams Evans y Brian Rosenberg, estudiaron el efecto del ejercicio sobre diez marcadores de la edad. En el estudio se demostró que se podría mejorar o ralentizar su empeoramiento mediante la práctica de ejercicio físico. Así, los ancianos de entre 60 y 72 años que participaron en el experimento no sólo aumentaron su musculatura, sino que además “mejoraron la presión arterial y la tolerancia del azúcar sanguíneo, se revirtió la típica declinación metabólica de la ancianidad y se estabilizó la capacidad del cuerpo de regular su temperatura interna. El buen estado físico también se relaciona íntimamente con el bienestar general; aunque no era ése el objetivo primordial, el equipo de Tufs tuvo la alegría de descubrir que sus sujetos se sentían mucho más jóvenes y de mejor ánimo que en muchos años” (página 183).

A partir de ahí se menciona la importancia de llevar un estilo de vida equilibrado que incluya hábitos saludables. Para entenderlo se cita un estudio pionero realizado en 1965 en la Universidad de los Angeles. En él se recopiló por escrito los hábitos de los 7.000 sujetos que participaban en el experimento y se llevó a cabo un seguimiento durante más de cinco años. Al cabo de ese tiempo se descubrió que la esperanza de vida no estaba relacionada tanto con el estado físico, la herencia genética ni con los ingresos monetarios, sino con la práctica de una serie de hábitos simples. Entre ellos destacaban dormir siete u ocho horas, desayunar casi todos los días, no tomar alimentos entre comidas, tener un peso normal, realizar actividad física regular, beber con moderación y no fumar. Los que seguían estas buenas costumbres podían llegar a cumplir hasta un máximo de treinta años más respecto a los que tenían malos hábitos.

A continuación se aborda el tema del libro desde el punto de vista del lenguaje. Así se considera que las palabras son más que símbolos; son activadores de información biológica. Además, tienen el poder de programar la conciencia.

Por eso resulta tan importante elegir correctamente los conceptos y palabras que se manejan. Aplicado esto a la vejez es fácil observar que en nuestra cultura ésta se encuentra rodeada de connotaciones negativas y de prejuicios desfavorables. Así, los viejos son considerados prejuiciosamente “como incompetentes, inflexibles, atados al pasado, asexuados, no creativos, pobres, enfermos y lentos” (página 200). Y, por el contrario, se idealiza a la juventud obviando que “los porcentajes más elevados de crímenes, abusos de drogas, alcoholismo, suicidio, esquizofrenia y disturbios sociales se presentan entre los jóvenes. Sin embargo, la juventud es un ideal simbólico al que casi todo el mundo responde positivamente” (página 200).

Esta perspectiva asocia la vejez con un creciente desorden y fragilidad sin tener en cuenta que éstos pueden aparecer en cualquier momento y que, en gran medida, depende de los propios hábitos. Así, un septuagenario que acostumbra a correr puede tener un sistema inmunológico superior al de un hombre de 45 años que lleva una vida sedentaria. Además, muchos ancianos conservan sus facultades y muchas habilidades creativas maduran hacia el final de la vida.

En la cuarta parte del libro el autor, tras haber escrito sobre el envejecimiento hasta ese momento, analiza la otra cara de la moneda: la longevidad. En ese sentido se propone “examinar estos nuevos hallazgos con la esperanza de descubrir los más esenciales, las claves de la longevidad que son válidas para la mayoría, o quizá para todos” (página 272).

Y lo primero que se constata en esta indagación es el carácter imprevisible de ésta pues no es posible prever con certeza que personas llegaran a una edad avanzada y ni la genética ni el estudio del estilo de vida parecen tener la respuesta tajante a ese interrogante. A partir de ahí se indica que hoy en día cumplir 50 años se puede considerar el momento de un segundo nacimiento pues se pueden vivir otros 30 o 50 años más. El viejo paradigma que afirmaba que, a partir de esa edad comenzaba la cuesta abajo y el declinar de la existencia ya no tiene sentido, pues el nuevo afirma que la vida es cambio constante y, por tanto, habría potencial para seguir creciendo a partir de esa edad.

El primer paso para saber como lograrlo consiste en analizar los rasgos que comparten las personas centenarias. Tomando como base el estudio que el psiquiatra Jewett dirigió en Nueva York en 1973 con 79 personas mayores de 84 años, el autor del libro señala los factores objetivos que parecen favorecer la longevidad. Entre estos destacan: mantener un peso relativamente estable toda la vida, comer moderadamente y llevar una vida activa (sin que sea indispensable practicar ejercicio de forma planificada). Sin embargo, se llega a la sorprendente conclusión de que para envejecer con salud parecen ser más importantes los factores subjetivos de carácter y actitud vitales. En ese sentido el rasgo más común entre los ancianos más mayores parece ser la capacidad de adaptación y la flexibilidad, algo que en la práctica se traduce en una vida de gran autonomía y suficiencia. “Son los factores psicológicos del perfil de Jewett los que diferencian más claramente a los sujetos. Su optimismo, la falta de preocupaciones, la adaptabilidad emocional, la capacidad de disfrutar, y el amor a la autonomía…” (página 291).

A continuación el doctor Chopra aborda las comunidades en las que históricamente han existido un gran número de ancianos longevos. En concreto se fija en Abjasia, remota región montañosa del sur de Rusia. Ésta atrajo la atención del mundo en los años 70 por el gran número de personas de edades superiores a los 100 años y su buen estado de salud. Aunque posteriormente se descubrió que las edades no eran tan elevadas como se creyó al principio sí que se pueden sacar muchas enseñanzas de su ejemplo. Empezando por tratarse de un modelo cultural de aprecio a la ancianidad, tan diferente del nuestro. Así, por ejemplo, a los centenarios no se les llama viejos o ancianos, sino los de la vida larga. Se valora y alaba la ancianidad hasta el punto que uno de sus brindis más habituales es “qué vivas tanto como Matusalén”. Situación que contrasta con la de Estados Unidos donde la vejez se considera una lacra, el territorio de la dignidad perdida y la incompetencia.

En cuanto a los hábitos de este grupo humano se ha estudiado que tiene una dieta frugal, que llevan una vida muy activa trabajando y montando a caballo hasta edades que en Occidente parecen inconcebibles. Además, su existencia transcurre sin estrés, comen despacio y valoran los alimentos frescos. “Su rutina tiene un tempo más vinculado con los ritmos biológicos que con los patrones atropellados que predominan en casi todos los países desarrollados” (página 333).

Después se abordan los trastornos mentales que pueden acompañar a la vejez y que se agrupan bajo el concepto de senilidad: mala memoria, confusión, desorientación, irritabilidad, capacidad de atención abreviada, inteligencia reducida y, el más temido de todos, el mal de Alzheimer. Respecto a este tema Deepak Chopra indica que la incidencia estadística de estas dolencias es menor de lo que se suele creer. Además, explica que el organismo posee mecanismos para que el cerebro se desarrolle si se mantiene activo. Y se mencionan ejemplos históricos de ancianos que mantuvieron su lucidez y creatividad a edades muy avanzadas como Miguel Ángel, Rubinstein, Martha Graham, Picasso, etc. Además, se hace ver que en estas edades la sabiduría alcanzada sustituye y compensa en muchos casos la perdida de otras habilidades.

Tras eso se hace un repaso de los logros de la medicina convencional en la prolongación de la vida humana. Se reconoce que éstos han sido muchos en la disminución de la mortalidad infantil y la provocada por las enfermedades infecciosas. Sin embargo, en la prolongación de la vida adulta sus resultados han sido mucho más discretos. Por eso Chopra plantea que la búsqueda de la longevidad sea considerada una tarea individual. Y lo que él propone para conseguir alargar la vida es, en primer lugar, trabajar para conseguir un dominio activo de la propia vida; alcanzar la independencia y autonomía personal que, como ya se ha indicado, parecen ser los factores que más influyen en la longevidad. De forma que se aportan 10 claves concretas y precisas para lograrlo.

La otra herramienta que se ofrece para lograr una vida longeva es la preservación y el cultivo del prana. Este sería una forma sutil de energía biológica, que también ha sido llamada “fuerza vital” o “energía de la vida”. Para nutrir el prana y nutrirse con él, en esta obra se dan una serie de indicaciones sobre la dieta, el ejercicio, la respiración, la conducta y las emociones. Sintetizando mucho los elementos que resultan beneficiosos para este cultivo de la energía serían:
“Alimentos frescos.
Agua y aire puros.
Luz solar.
Ejercicio moderado.
Respiración equilibrada y refinada.
Conducta no violenta y reverencia por la vida.
Emociones positivas y amorosas; libre expresión de las emociones” (página 369).

En el último tramo de la obra, el autor del mismo aborda los aspectos filosóficos del envejecimiento tratando los temas de la muerte, el tiempo y, rematando este completo libro, con una alabanza del amor como medio de trascender lo temporal y contactar con el Ser intemporal. Postura que resume el abordaje del tema del envejecimiento desde una perspectiva espiritual.


Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información. ACEPTAR

Aviso de cookies