
En su afán de descubrir y argumentar el mejor modo de vida posible muchos filósofos abordaron también el tema de la alimentación en sus obras. Algunos de ellos optaron por la opción vegetariana. En la mayoría de estos casos la elección del vegetarianismo se debió a motivos éticos relacionados con el sufrimiento animal. No obstante, también hay argumentos más cuestionables como el de Pitágoras que se basó en la teoría de la transmigración de las almas para rechazar comer carne porque el animal podía albergar un alma que antes había sido humana.
Entre la lista de filósofos vegetarianos podemos mencionar a Pitágoras, San Agustín, Séneca, etc. Mientras que fueron partidarios de él en alguna etapa de su vida Nietzsche, Voltaire, Schopenhauer o Rousseau.
De todos ellos me gustaría centrarme en dos que me son especialmente afines.

Rousseau
El primero es Jean-Jacques Rousseau (1712-1778), uno de los autores más importantes de la Ilustración. Sus tesis sobre este tema las desarrollará sobre todo en “Discurso sobre las ciencias y las artes”, en su novela “Emilio” y, en el menos conocido, “Ensayo sobre el origen de las lenguas”.
Para su defensa de la superioridad del vegetarianismo este autor utiliza varios argumentos:
-la propensión natural y espontánea de los niños a ese tipo de alimentación,
-la disposición fisiológica de dientes, estómago e intestinos del cuerpo humano que se parece a la de los herbívoros y que favorece comer de esta manera,
-el corto número de hijos que tienen los seres humanos que también les iguala a los animales que no se alimentan de carne.
Incluso el ginebrino llega a establecer un paralelismo histórico entre el consumo de carne y la agresividad asegurando que los pueblos vegetarianos son más pacíficos. Planteamiento que, por otra parte, ya se encontraba en Pitágoras.
Sin embargo, a pesar de esta firme argumentación parece ser que Rousseau nunca fue un vegetariano estricto. Tanto por sus testimonios autobiográficos como por los de algunos de sus contemporáneos sabemos que también consumía carne. Por tanto, para este filósofo la alimentación vegetal era más bien una preferencia, un ideal.
En sus planteamientos culinarios Rousseau también realiza una defensa de los alimentos de temporada. Es lo lleva a criticar aquellas prácticas agrícolas que permiten comer ciertas frutas y verduras fuera de su estación. ¡¡En el siglo XVIII!! ¿Qué hubiera dicho este autor de haber asistido a las prácticas actuales de la agroindustria que cosecha antes de que el alimento este maduro, lo transporta a miles de kilómetros y lo almacena en cámaras frigoríficas? Posiblemente hubiera pensado y escrito lo mismo que en su época: que la civilización es la corruptora del estado bondadoso e idílico de la naturaleza.
En cualquier caso, los planteamientos de Jean Jacques Rousseau sobre la alimentación también adolecen de importantes errores y algunas lagunas. Así, entre los defectos de sus planteamientos podemos mencionar su excesiva confianza en la bondad de los productos lácteos, que considera casi una panacea universal. Aunque lo peor quizás sea su concepción excesivamente ascética y espartana de la alimentación que excluye de ésta los elementos placenteros y lúdicos y la convierte en una mera obligación para sobrevivir. Así nos lo transmite su amigo Bernardin de Saint Pierre cuando escribe: “En última instancia nadie era más sobrio que Rousseau. Durante nuestros paseos era siempre yo quien le proponía comer”.

Séneca
El otro filósofo al que me gustaría referirme es al estoico Lucio Anneo Séneca (4 a. C.-65 d. C.). Su inicio en el vegetarianismo se debió a la influencia de su maestro Soción que consideraba que el hombre se podía mantener bien sin tener que recurrir a la crueldad. Sin embargo, en sus epístolas morales, que es el único escrito en el que menciona este tema indica que además esta forma de comer le hacía sentirse bien. “Empujado por estas razones comencé a abstenerme de la carne de animales y, transcurrido un año, la costumbre no sólo me resultaba fácil, sino agradable. Tenía la impresión de que mi espíritu estaba más ágil…”.
Sin embargo, el filósofo español no militó mucho tiempo en las filas del vegetarianismo. Parece que esto se debió, al menos en parte, a la oposición de su padre que consideraba esta opción una práctica supersticiosa por la defensa que hacía de ella la escuela pitagórica. Según otras fuentes el abandono también estuvo relacionado con que el futuro preceptor de Nerón quería evitar ser confundido con grupos que también defendían el vegetarianismo como los Tacianos, los Maniqueos y los Priscilianistas.
No obstante, este autor sí que mantuvo la frugalidad en la comida toda su vida, como es propio de la intención estoica de mitigar y dominar los deseos. Así, por ejemplo, renunció a las ostras y las setas por considerarlas más golosinas que alimentos. Igualmente renunció al vino, al menos durante una parte de su vida.






