Dado que los accidentes cardiovasculares son una de las dolencias más frecuentes en la sociedad actual, hemos decidido traer a este blog el testimonio directo y en primera persona de alguien que sufrió un ictus o infarto cerebral y de su ejemplar lucha para superarlo. Ya en el prólogo se aclara que el objetivo al escribir estas páginas es poder servir de ayuda y estímulo a las personas que sufran esta enfermedad y que en ellas no se va a encontrar ni milagros, ni grandes hazañas ni finales felices. La obra es, además, una gran muestra de agradecimiento a la mujer del autor, sus amigos y al personal sanitario que tan importantes fueron en su viaje.
En este libro se nos cuenta la experiencia de Luis Puicercús Vázquez , un profesional de las Artes Gráficas dedicado a la edición de libros que en marzo de 2010, cuando estaba a punto de cumplir 59 años, sufrió un ataque cerebral, un ictus hemorrágico en la madrileña Gran Vía. Este se caracteriza por un intenso dolor en la cabeza; hasta el punto que, uno de los síntomas que se utilizan para detectarlo, es que el paciente dice que es el dolor más fuerte que ha tenido en su vida. Además, suele ir acompañado de vértigo intenso, inestabilidad, falta de equilibrio y perdida de sensibilidad de una parte del cuerpo. Se trata de un accidente vascular muy grave ya que muchos de los que lo sufren no logran llegar con vida al hospital.
Nada más producida la desgracia le ingresaron en el hospital Ramón y Cajal, y el paciente indica que no recuerda lo que pasó durante las dos primeras semanas de su estancia, quizás por un mecanismo del inconsciente para bloquear las vivencias dolorosas. Los familiares que le acompañaron ese tiempo indican que Luis hablaba con una cierta normalidad y fluidez pero que enseguida se olvidaba de lo que le había dicho o le habían contado a él.
Al cabo de unos días le bajaron a planta y allí empezaron a movilizar los miembros del lado izquierdo que estaban paralizados. Poco tiempo después empezaron la rehabilitación, la cual es muy importante para frenar en lo posible el entumecimiento de los músculos.
A los trece días le trasladan al hospital de rehabilitación de Guadarrama en plena Semana Santa. En él, Puircercús descubre las nuevas condiciones de su existencia como el tener que trasladarse en silla de ruedas en todo momento, los movimientos bruscos e involuntarios de las extremidades o el esfuerzo que supone mantenerse erguido en una silla.
Allí el personal sanitario le deja muy claro antes de empezar lo que supone el proceso de rehabilitación y lo que puede esperar de él. A ese respecto le indican que lo primero que tiene que hacer es comprender y asumir las carencias y las limitaciones que sufre. Es lo que los fisioterapeutas llaman conciencia de déficit y que hacerlo ayudará para que tenga un buen comienzo en el programa de rehabilitación. Este busca, en un primer momento, que el paciente se adapte a sus déficits, aprenda a convivir con ellos, esperando que mientras tanto las lesiones neurológicas vayan mejorando. En él los primeros meses son los más importantes para recuperar el control corporal y la movilidad mientras que otras habilidades como el lenguaje o el equilibrio pueden seguir mejorando durante los siguientes dos años o más. También le dejan muy claro que la rehabilitación se asienta en tres pilares: hospital, paciente y familia. Pero que el principal de ellos es el enfermo ya que es el único que puede decidir el resultado final con su actitud y su esfuerzo. Y que la diferencia puede residir entre conseguir autonomía o vivir confinado. Le transmiten que nadie puede hacer por él ese trabajo y que por eso apelan a su espíritu de superación y de sacrificio.
Durante la segunda noche de estancia en Guadarrama el protagonista de esta verídica historia se enfrenta al dilema de si va a ser capaz de afrontar el reto que se presenta ante él. Con sus propias palabras nos lo cuenta: “¿Voy a culpar al mundo de lo que me está ocurriendo y a estar compadeciéndome el resto de mi vida? O por el contrario, acepto la realidad traumática de mi nueva situación y sigo hacia delante. En definitiva, ¿por qué no aceptar lo que está ocurriendo como una nueva etapa de mi vida?, posiblemente, muy distinta de la anterior. Si me lo propongo con firmeza podría estar incluso repleta ¿por qué no? de ilusiones, sueños, emociones… y felicidad” (pag 67).
A continuación Luis nos cuenta su experiencia con la rehabilitación. Gracias a eso nos enteramos que sufrió un fuerte impacto emocional y el consiguiente desánimo y desaliento al ver el primer día a tantas personas juntas enfermas o accidentadas. Pero luchó para sobreponerse y que esas primeras impresiones negativas no le afectaran demasiado. A partir de ese momento comenzó la rehabilitación ocupacional para aprender a realizar en su estado las actividades cotidianas: vestirse, comer, aseo personal, cocinar, ocio, etc. También cuenta como una actividad tan simple como jugar a la petanca se convirtió en fuente de alegrías y motivación.
Además, el autor nos traslada sus vivencias durante las sesiones de fisioterapia a las que tiene que acudir para mejorar el estado de sus músculos que estaban agarrotados, sin tono ni fuerza, insensibles y sin equilibrio. Allí le dijeron que podía ganar o perder la batalla de la rehabilitación y que, tan contraproducente era tener una actitud negativa y derrotista, como esperar milagros en poco tiempo. También cuenta Puicercús en el libro como tuvo que enfrentarse, como tantos que han padecido hemiplejia, con el síndrome del hombro doloroso o “hombro congelado”.
Pero nos enteramos también en estas páginas que la vida del enfermo además tiene sus momentos de contento y felicidad debido al abnegado acompañamiento de su esposa Carmen, a la profesionalidad y humanidad del personal sanitario que le rodea, a las visitas de su legión de amigos y al maravilloso entorno del hospital de Guadarrama. El resto del tiempo que no pasa con ellos, procura tenerlo ocupado para no hundirse, para escapar de la depresión y los bajones de ánimo.
A mitad del libro el autor y protagonista del libro nos cuenta sus progresos y mejoras en la recuperación. Estos ocurren varias semanas después de estar en el hospital y consisten en la recuperación del control y la consciencia de algunos pequeños movimientos. Eso supone una inyección de motivación para Luis que se da cuenta que, con dedicación y esfuerzo, puede seguir mejorando. Y así es como sucede, hasta el punto que unos meses después le dan el alta. Si había entrado como una tabla sin poder mover ni las pestañas como él decía, en el momento de su salida era capaz de mantenerse en pie y caminar con dificultad con el bastón.
Una vez en su domicilio, el paciente comienza una nueva etapa en la que deberá realizar las tareas cotidianas pero esta vez sin la ayuda de enfermeras, auxiliares o fisios. Esto le supuso un reto muy duro porque tiene que estar solo muchas horas, sufre de pesadillas y dificultades para dormir y debe aprender a manejarse sólo. Pero no sólo es difícil para él, sino también para su entorno pues provocará que con el tiempo que a su mujer se le agrie un poco el carácter y que su hijo tenga un bajón en el rendimiento escolar.
Al mismo tiempo, Luis Puicercús, comienza la rehabilitación externa en el hospital Ramón y Cajal. Allí recibe el consejo de que no le conviene hablar mucho sobre lo sucedido para evitar caer en una depresión, pero él explica que hablar de ello le sirve de terapia. En este nuevo lugar el enfermo sigue dando muestras de su fortaleza mental y buen ánimo y va avanzando en su recuperación.
En esta carrera de obstáculo que el autor va superando exitosamente, el siguiente desafío consiste en cambiar el lugar de la rehabilitación y empezar en el hospital Beata María Ana. En esta ocasión trabajará el control postural y la reeducación de la marcha para volver a aprender a caminar. Para ello sus fisios emplearan el método Bobath: una técnica innovadora para la recuperación de lesiones neurológicas y cerebrales. Al mismo tiempo le tratarán y cuidarán los fuertes dolores del hombro izquierdo que sufría desde el accidente y que supera gracias a la maniobra de liberación escapular. También realiza por primera vez ejercicios con los ojos cerrados para recuperar las sensaciones corporales. Gracias a todo este trabajo y la mejoría clínica y funcional conseguida, a los cuatro meses le dan el alta en este hospital en los primeros días de noviembre de 2010.
De vuelta al Ramón y Cajal le informan que no va a recibir más tratamientos de rehabilitación escudándose en el protocolo que marca que, después de un ictus sólo se puede mejorar físicamente los seis primeros meses; aunque Luis sospecha que la decisión también se ve influida por los recortes sanitarios que empiezan por esa época.
Pero Puicercús, a pesar de sólo contar con los ingresos del sueldo de su mujer y la pequeña pensión que le ha quedado, decide no rendirse y seguir la rehabilitación en una institución privada. Para ello elige el Centro Polibea, dedicado a la atención integral de personas con daño cerebral. En esta nueva etapa buscara integrarse en la sociedad y ser lo más autónomo posible a través de la fisioterapia y la terapia ocupacional. Gracias a ello el autor realiza con éxito su primera salida solo por Madrid dos años después de haber tenido el accidente. Para ello decide ir a la librería de Gran Vía donde sintió los primeros síntomas del ictus. Unos meses después de este viaje, se da por terminada su rehabilitación en Polibea porque ya ha mejorado todo lo que podía. Cedemos la palabra al autor y protagonista para que haga balance de la experiencia contada en el libro: “Durante estos años he aprendido mucho del dolor y el sufrimiento propio y ajeno. Soy feliz de estar todavía por aquí y en unas condiciones más que aceptables” (pag 201).
Y de esta forma terminamos de dar noticia de este bello y valiente libro, que recomendamos efusivamente a los que hayan sufrido un ictus o a los familiares y amigos de los mismos.

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