
Cuando sucedieron los hechos que vamos a contar, Gonzalo Villamarín era un capitán del ejército de 47 años que corría carreras de 100 kilómetros, (en total llegó a participar en 10), y también de orientación. Todos los días cogía el tren para ir a trabajar y llegaba veinte minutos antes a su trabajo. Pero ese 11 de marzo de 2004 perdió el que solía coger habitualmente porque se entretuvo hojeando una revista en el quiosco. Con la mala suerte de que el tren que se montó después fue el elegido por los terroristas islámicos para hacer estallar una bomba.
Tuvieron que sacar a Gonzalo del vagón en muy mal estado, con los pulmones y los tímpanos perforados, quemaduras en el cuerpo y cara, rotura de huesos incluyendo vértebras. Por lo que a partir de ese momento tuvo que enfrentarse a un calvario para curarse primero y rehabilitarse después.
En vez de rendirse y abandonar la práctica deportiva, Gonzalo trabajó con constancia y sacrificio casi desde el mismo hospital. Gracias a ello tardó justo un año en volver a correr. Participó en la carrera de 100 kilómetros de Vallecas y logró hacer los 10 primeros de la prueba. Desde entonces ha participado en dos maratones. Y ha sido capaz de hacerlo arrastrando las secuelas y las limitaciones que le han dejado el atentado. Entre las que se pueden destacar la pérdida de sensibilidad en las plantas de los pies, dolorosos calambres en las piernas. A las que hay que sumar caídas por falta de equilibrio, posiblemente debido a sus lesiones en los oídos.
Gonzalo Villamarín muchas veces ha contado en entrevistas que el deporte le ayudó a superar ese trance tan difícil porque el ser corredor había enseñado a su cuerpo a aguantar y a su mente a entrenar la resistencia al desánimo y al abandono. Como ya sabéis los seguidores habituales del blog, nos gusta compartir historias como éstas que nos recuerda que el deporte también puede ser una escuela de vida. Nos encantaría conocer vuestra opinión sobre ella.







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