Con este post inauguramos una nueva sección en el blog dedicada a los hábitos de la mente que contribuyen a la salud, considerada ésta desde una dimensión integral del ser humano que debe incluir el cuerpo, la mente y el espíritu.

Y para este comienzo hemos elegido un interesante libro que expone los beneficios de la meditación desde la óptica de la ciencia.

Uno de sus autores es Daniel Goleman, periodista científico que escribió durante más de una década para el New York Times y que es conocido popularmente por difundir el término de inteligencia emocional. Por su parte, Richard J. Davidson es un neurocientífico que fundó y dirige el Center for Healthy Minds de la Universidad de Wisconsin y se le considera el creador de una nueva rama de investigación: la neurociencia contemplativa. Ambos son doctores en psicología y se conocieron en Harvard a principios de la década de los setenta y, desde entonces, les une el interés por la meditación que conocieron viajando por Asia recién graduados, y a la que ambos dedicaron sus tesis doctorales. Dado que, cuando publicaron este libro los autores estaban cercanos a la jubilación, en él se cuenta una fascinante búsqueda de casi cincuenta años de los mecanismos a través de los cuales la meditación influye sobre la mente y el cuerpo.

Un gran avance en ella se produjo cuando en 1992, Davidson expuso el concepto de neuroplasticidad. Este plantea que “las experiencias repetidas pueden conformar y transformar nuestro cerebro” (página 61). Si se confirmara esta teoría, la práctica habitual de una actividad como la meditación sería capaz de provocar cambios en la configuración del cerebro desarrollando más determinadas zonas. Y, desde esa perspectiva, el entrenamiento repetido crearía cualidades permanentes, algo que parece muy evidente, por ejemplo, en la práctica del deporte. Por ello los autores realizan un paralelismo entre el deporte y la meditación diciendo que el primero sirve para mejorar la salud física y el segundo, la mental. Al hilo de esa misma comparación, afirman que, al igual que el deporte abarca muchas modalidades, la meditación incluye muchas prácticas. Y también en ambos casos los beneficios obtenidos dependerán, en un primer momento, de elegir la práctica que más se adapte a cada persona y en perseverar en ella. Además, como sucede en la mayoría de las actividades humanas, los efectos conseguidos serán proporcionales a las horas invertidas en su práctica.

Sin embargo, lo que pareció demostrar la capacidad de la meditación para conseguir cambios permanentes fueron los resultados de los estudios científicos realizados con yoguis y monjes con muchas horas de práctica meditativa (entre 9.000 y más de 36.000). Con ellos lo primero que se detectó es que eran capaces de entrar en los estados contemplativos como la compasión, la ecuanimidad o la concentración con gran facilidad y rapidez. “Esos expertos exhibieron una considerable habilidad mental, movilizando intensamente y con gran facilidad esos estados (generando sentimientos de compasión, la ecuanimidad espaciosa de una apertura completa a todo lo que ocurre y una concentración semejante al láser).

Estos yoguis entraban y salían a voluntad en cuestión de segundos en estos difíciles niveles de conciencia, cambios que iban acompañados de un correlato mensurable en la actividad cerebral, una hazaña de gimnasia mental colectiva jamás vista antes en el ámbito de la ciencia” (páginas 259 a 260).

Y, después del exhaustivo análisis de los datos reunidos, los investigadores llegaron a la conclusión de que una de las claves de estos resultados podía estar en la cantidad y la calidad de las ondas gamma producidas por estos meditadores de alto nivel. Esto explicaría, en parte, porque estos seres excepcionales logran mantener un estado continúo de conciencia rico y abierto. Y, desde el punto de vista científico, la mencionada facilidad para entrar en estos estados sería la prueba de que con la práctica de la meditación se puede pasar de conseguir estados alterados pasajeros y provisionales a rasgos alterados mucho más permanentes. Entre estos rasgos se podría mencionar una mayor predisposición a la compasión y la empatía, una atención concentrada y sostenida, una mayor conexión entre cerebro y corazón y una mayor tolerancia al dolor posiblemente por una reducción del componente psicológico que intensifica las sensaciones dolorosas.
 
 
A continuación nos gustaría compartir los beneficios que los estudios científicos demuestran que se obtienen con la práctica continuada de la meditación. Aunque, debido a la temática del blog, nos vamos a centrar tan solo en los que tienen para la salud física y mental pero recomendamos encarecidamente también los capítulos de este libro dedicados a estudiar los efectos de la misma sobre la empatía y la compasión, la atención y el ego.

Para analizar el efecto de la meditación sobre la salud se parte de la experiencia del famoso método de mindfulness MBSR, inventado por Jon Kabat-Zinn.

A partir de ahí se explican los efectos beneficiosos del mindfulness y las prácticas meditativas sobre el dolor crónico. Así, está demostrado que éstas reducen tanto la intensidad del mismo como la sensación de incapacidad que provoca. Estos efectos no se deben a la erradicación de la causa biológica de la enfermedad, sino que la liberación procede de qué cambia el modo en que el paciente se relaciona con el dolor. Además, “contar con un método al que uno puede apelar para aliviar su dolor proporciona una sensación de “autoeficacia”, es decir, la sensación de que, hasta cierto punto, podía controlar su destino. Esto, en sí mismo, ayuda al paciente a convivir mejor con un dolor que se muestra reacio a desaparecer” (página 189). Esta tesis ha sido comprobada, por ejemplo, en el dolor debilitador que provoca la vejez debido a la artritis en caderas, rodillas o la columna y también con la fibromialgia.

Igualmente la meditación y el MBSR mejoran y previenen los procesos inflamatorios. En este caso el efecto parece relacionado con la reducción del estrés, que empeora esta respuesta corporal. En cambio, la práctica de las técnicas que se están mencionando provoca un claro descenso de la tasa de cortisol, la hormona que desencadena el estrés; minimizando los efectos perjudiciales de esta respuesta del organismo a las amenazas. “El estrés y la preocupación constantes exigen un peaje a nuestras células, envejeciéndolas. Y lo mismo ocurre con las distracciones y las divagaciones continuas, debido a los efectos tóxicos de la cavilación, que lleva a nuestra mente a dar vueltas y más vueltas a los problemas que nos asedian sin llegar a resolverlos nunca” (página 195). En este sentido, la meditación también reduce la cháchara interior, o el modo en que funciona el cerebro por defecto, y que inunda de pensamientos de desesperanza y pesimismo lo que parece tener un efecto directo sobre la salud.

Por otra parte, la meditación parece asociada a la reducción de la presión arterial y las graves dolencias asociadas a ella. Aunque, a este respecto, los autores se muestran reservados porque, a su juicio, todavía no está claro si el efecto es debido a la propia práctica o más bien a contar con un instructor alentador y un grupo de apoyo.

A continuación se analiza la relación existente entre la genética y la meditación. Desde este punto de vista, ésta podría actuar como factor epigenético que contribuyera a que no se activaran determinados genes que provocan enfermedades. Como ejemplo se pone el de la respuesta inflamatoria que parece verse afectada por la práctica meditativa. Ésta, en efecto, reduce a corto plazo el número de citoquinas proinflamatorias. Algo que, de ser cierto, resultaría de gran importancia dado el gran número de enfermedades graves presentes en nuestra sociedad que empiezan por una leve inflamación crónica como las cardiovasculares, la artritis, la diabetes o el cáncer.

Por otra parte, diversos estudios y experimentos han planteado que la práctica de mindfulness de forma continuada aumenta la actividad de la enzima telomerasa, que retrasa el envejecimiento celular y sus efectos.

A ello hay que sumar que la meditación tiende a enlentecer la respiración, lo que contribuye a mejorar la salud porque supone un menor peaje fisiológico y a conseguir un mejor estado de ánimo porque, como es sabido, las respiraciones cortas e irregulares están asociadas a la ansiedad y al dolor crónico.

También hay estudios que han relacionado la meditación con el desarrollo de determinadas zonas del cerebro. Entre estos estudios se puede mencionar uno de la UCLA que indica que la meditación enlentece el encogimiento del cerebro que acompaña al proceso de envejecimiento. No obstante, Goleman y Davidson, reclaman que, en estos estudios sobre los efectos cerebrales, se debería diferenciar cada tipo de práctica y no estudiarlas todas de manera global.

Todo lo expuesto en este capítulo lleva a los autores a afirmar que la meditación es saludable basándose no “en la cura de síndromes médicos, ni en la identificación de los mecanismos biológicos subyacentes, sino en el simple hecho de aliviar la ansiedad psicológica. Por eso, nuestra respuesta al empleo de la meditación para mejorar la calidad de vida de las personas que padecen de una enfermedad crónica es rotundamente afirmativa. Resulta extraño que la medicina soslaye con tanta frecuencia ese abordaje positivo que tan importante resulta, no obstante para los pacientes” (página 213).

A continuación se aborda lo que puede aportar la meditación a la psicoterapia. A ese respecto, y tras analizar la literatura científica disponible sobre el tema, se concluye que ésta puede ser útil en el tratamiento de las depresiones, especialmente las graves y los trastornos de ansiedad. Por su parte, la meditación en la bondad amorosa ha dado buenos resultados al tratar a personas aquejadas por el síndrome de estrés postraumático. Algo que puede ser muy útil porque ese tratamiento grupal es muy rentable, porque contrarresta el embotamiento emocional, la alienación y la sensación de indiferencia hacia las relaciones que suelen acompañar a este trastorno y porque se evitan los efectos secundarios de la medicación.

Por todo lo expuesto en este libro compartimos plenamente el consejo de Goleman y Davidson cuando proponen que “¿No podríamos desarrollar hábitos de higiene mental semejantes a los hábitos de higiene personal que hemos incorporado hasta el punto de convertirlos en una práctica tan regular como ducharnos o cepillarnos los dientes?” (página 319).

Asimismo recomendamos el presente libro a cualquier persona interesa en conocer las potencialidades de la mente para llevar una vida más plena y sana.
 
 

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