En este libro el prestigioso filósofo y profesor universitario, Francesc Torralba, escribe sobre la práctica del correr de fondo. Y lo hace con el objetivo de describir y profundizar en los aspectos mentales, emocionales y espirituales de esta actividad. En este enfoque tan particular es donde reside el interés y la originalidad de estas páginas que recomendamos y lo convierte en complementario de los muchos libros que glosan los beneficios físicos y para la salud que tiene su práctica. Además, tiene el aliciente de que se basa en la experiencia de 25 años del autor como corredor amateur, que empezó participando en carreras de diez kilómetros y llegó a hacer medias maratones y maratones completas.

Desde el primer momento se aclara que el correr se concibe en esta obra como una experiencia integral que cambia y da forma a la persona y su carácter. Una vez establecido este punto de partida, esta piedra angular del texto, el autor explica que correr le sirve para tomar conciencia plena de su existencia.

A continuación se aborda la actividad de correr desde la óptica de las sensaciones. A ese respecto se indica que correr constituye una experiencia sensorial que permite apropiarse del propio cuerpo, sentirlo con intensidad, tomar conciencia de que somos seres encarnados. En la práctica se convierte en una forma de combatir la atrofia del cuerpo, pero también la tendencia a la desidia, la pereza y el intelectualismo.

Muy relacionado con este enfoque se encuentra el placer de correr, que surge de los pequeños placeres sensoriales que hace vivir dentro de un universo de sensaciones agradables y que, en algunos momentos de gracia, se convierten en una celebración del maravilloso don de existir. Así, “una cosa es vivir y otra, muy distinta, es sentirse vivo. Correr es una experiencia que activa la consciencia de existir a través de la vida sensorial, del mundo de percepciones que pone en acción el mismo ejercicio” (página 35). Además, se recuerda  que éste es un placer sencillo que contrasta con los que se valoran y proliferan en nuestra sociedad que suelen basarse en el consumo de objetos o en un confort y bienestar materiales.

A continuación se recuerda que el correr también está asociado en ocasiones con el dolor y el sufrimiento como cuando se produce una lesión, o roza la ropa o el calzado o hay que afrontar el calor, el frío o la sed. La postura que se defiende en el texto a este respecto es que el correr ayuda a afrontar el dolor. Y es que una vez que se llega a la conclusión de que la causa del dolor no puede ser apartada o evitada, el objetivo debería ser intentar aceptarlo en vez de agotarse y desesperarse intentando rechazarlo. Esta actitud puede conducir a un punto en que se logra alcanzar una relajación profunda que hace más llevadera la sensación dolorosa. “No se trata de eliminarlo, sino de dominar el dolor. Correr es una experiencia que permite dominarlo durante un largo rato y convivir con él. Este aprendizaje resulta muy útil para la vida, “porque en muchas ocasiones lo único que se puede hacer es convivir con el dolor” (página 29).

Luego se aborda el aspecto emocional de correr. Lo primero que se indica a este respecto es que supone un medio de cultivar las emociones tonificantes como el entusiasmo, la serenidad y la paz interior. Eso provoca como consecuencia que también se generen pensamientos positivos. Pero es que, además, el correr actúa como mecanismo liberador de pasiones tóxicas como la tristeza, el enfado, la desesperación, la rabia o la indignación. En este sentido, esta forma de ejercitarse actúa como válvula de escape que permite soltar la carga emocional sin herir ni perjudicar a nadie, lo que la convierte ya sólo por eso en una actividad higiénica y saludable. Pero Francesc Torralba va más allá cuando afirma que “correr es una experiencia física, mental pero sobre todo emocional. Propicia un abanico de emociones tonificantes que generan un tono vital alto, genera entusiasmo y placer por la vida, una actitud proactiva y audaz, receptiva y atenta, un buen ánimo interior que los griegos llamaban edaimonia, es decir, felicidad” (página 74).

Respecto a la relación de correr con el pensamiento se comienza señalando que mover las piernas, los pulmones y el corazón provoca que también se active el flujo mental, haciendo que circule el río de ideas y pensamientos, renovando así el sedimento mental. Eso tiene un claro efecto sobre la agilidad mental, la concentración y el proceso de retención de información. A este respecto el autor cuenta que, después de terminar de correr, se siente más despierto y receptivo.

Efecto que se produce a través de dos mecanismos que pueden parecer aparentemente contradictorios. Por un lado, el running permite a la mente relajarse y divagar de forma que, cuando se retoma la forma de pensar habitual, se encuentra más descansada y distendida. De forma que se podría decir que se produce un vaciado que libera de las toxinas mentales acumuladas. Y ese efecto resulta muy higiénico y necesario en este mundo en el que vivimos saturados constantemente de estímulos.

Pero, por otra parte, la práctica del correr, al ser una tarea mecánica y constante, permite lograr una gran concentración mental. Este estado permite centrarse en analizar un tema desde todos los puntos de vista, resolver un problema, tomar una decisión, etc. Algo que, por ejemplo, no se puede hacer mientras se practican deportes en equipo o más competitivos. Además, en estas páginas se asegura que potencia otras cualidades mentales como la memoria, la imaginación o la intuición.

El autor también advierte, suponemos que para evitar caer en la idealización, contra la posibilidad de que el running genere dependencia física y psicológica. Así, en su vertiente oscura, esta actividad puede convertirse en una obsesión que aislé a su practicante de su entorno social. Frente a eso propone que se lleve una vida equilibrada entre los extremos y que no haya nada en exceso, como recomendaban los estoicos. En esta línea el autor se muestra en contra de las exageraciones y las desmesuras porque están orientadas al lucimiento y la exhibición y, por tanto, al servicio del ego.

Por otra parte se aborda la relación que tiene el correr con el autoconocimiento. Entendido éste como el descubrimiento de los propios límites y posibilidades y también de los deseos y necesidades, pero no solo desde una perspectiva intelectual, sino incluyendo todas las dimensiones del ser humano. Desde esta perspectiva el correr permitiría ese autoconocimiento porque se convierte en un espacio para la reflexión interior en un mundo en el que no hay muchas posibilidades de ejercitarla. Así, en un primer lugar, “correr largas distancias aporta un gran conocimiento sobre la dimensión física de la persona: sobre sus debilidades, fortalezas, necesidades, su tolerancia a la fatiga, la resistencia a los rayos solares, al frío y al calor” (página 99). Pero es que, además, esta práctica concede la oportunidad de poner a prueba la propia voluntad y comprobar hasta donde es capaz de llegar. Por todo ello se afirma que la carrera es maestra y compañera de vida.

A todo lo expuesto hasta ahora habría que añadir que esta actividad puede convertirse en un método para cultivar las virtudes y los valores. Hasta el punto que se puede decir que forja el carácter y configura el alma. Desde este punto de vista lo primero que enseña es sencillez, sobriedad, austeridad. Para correr es necesario ir lo más ligero posible, librarse de lo que no sea imprescindible. Eso ayuda a cobrar conciencia de lo que es realmente esencial y lo que es accidental. Y, si se actúa con la atención y la intención puestas en ello, se puede incorporar esa actitud a la vida cotidiana para vivir con menos ataduras y más libertad.

Otra virtud que se desarrolla en la práctica habitual de correr es la humildad. Entendida ésta como reconocimiento de los límites físicos, mentales, emocionales y espirituales del propio ser. Se pone como ejemplo de ello el efecto que puede tener una pequeña piedrecita en el calzado que es capaz de hacer detener todo el cuerpo y romper el ritmo y la concentración. Esta aparición y conexión con la naturaleza ocurre a varios niveles al mismo tiempo. Para empezar la naturaleza proporciona al corredor una imagen de su tamaño y poder real. Al enfrentarse a los obstáculos naturales y a los fenómenos climatológicos se descubren los límites de uno mismo. Por otra parte, también se aprende humildad corriendo con otras personas y comprendiendo que siempre habrá otros que sean más fuertes, más rápidos o que estén mejor preparados. Además, la fatiga y las agujetas también recuerdan que uno no es invulnerable y liberan de la costra del orgullo y del velo de la prepotencia. Además, eso hace que uno esté más abierto a pedir y aceptar la ayuda de los demás.

Otras cualidades que desarrolla el correr son audacia, determinación y templanza. Pero, al mismo tiempo, también se adquiere prudencia, especialmente si se corre por la montaña. Ésta sería la habilidad y capacidad de anticipar consecuencias, de valorar los riesgos antes de emprender una acción. Además de este componente de cálculo, la prudencia también implica no abarcar más de lo que se puede, tener capacidad de autocontención y no correr riesgos innecesarios. Cualidad que no debe confundirse con la pusilanimidad, que conduce a la quietud y la parálisis.

También el correr activa el hábito de la tenacidad, entendiendo por ésta la persistencia en el esfuerzo, el mantenimiento de la tensión incluso cuando no apetece o se está cansado. Hasta el punto de que Torralba afirma que la tenacidad en el corredor de fondo es una necesidad vital como el agua para la planta.

En el último capítulo de su libro Francesc Torralba aborda la relación del correr con la meditación y otras experiencias espirituales. Para ello parte de la base de que esta actividad es muy propicia para su práctica. Desde este punto de vista la carrera se concebiría como un modo de vivir intensamente el presente, de prestar atención plena al aquí y al ahora.

La meditación en lo externo consiste en dedicar un tiempo a detener toda actividad física y mental y cultivar la quietud de forma deliberada con el objetivo de estar presente en el aquí y el ahora. Así que, expresado de la forma más sintética posible, se trataría de parar y estar presente. Formulado de esta manera puede parecer fácil, pero resulta tarea muy difícil el practicarlo porque nuestro cuerpo y nuestra mente están acostumbrados a lo contrario y porque el mundo en que vivimos también promueve en general estilos de vida que no lo favorecen. Muchas son las fuerzas que dispersan y debilitan la atención plena que se busca con esta actividad por lo que se requiere perseverancia y disciplina para conseguirlo.

Existen muchos métodos de meditar en innumerables tradiciones pero todos ellos coinciden en cuál es la meta que se trata de conseguir. “La meditación se puede realizar de múltiples maneras, pero tiene una finalidad clara: la presencia plena en el ahora y en el aquí, la conciencia clara de estar vivo, la tranquilidad mental y emocional, el bienestar interior y, en último término, la plena comunión con todo lo que hay y la superación de la dualidad yo-mundo, sujeto-objeto, actor-espectador” (página 140).

En la práctica esto se consigue observando los pensamientos y dejando que fluyan libremente sin apegarse a ellos ni rechazarlos. Así, mientras se corre, hay que conseguir que los pensamientos pasen por el escenario de la mente sin involucrarse con ellos ni intentando cambiarlos ni dirigirlos. También es importante tanto en el meditar como en el running ser consciente de la respiración y dejar que adopte su ritmo natural.

Cuando el filósofo que escribe estas páginas consigue alcanzar ese estado meditativo describe lo vive de esta manera: “siento que estoy presente y me siento reconciliado con el mundo, conmigo mismo y con Dios. Vivo el presente. No me inquieto pensando en las consecuencias de que tendrá para mí en el futuro un acontecimiento presente, tampoco por culpa de un acontecimiento del pasado” (página 151).

También se menciona la relación del correr con otras actividades espirituales como la no-acción, el tomar distancia de lo que creemos ser, la comunión con la naturaleza, el asombro y la gratitud, la experiencia del sentido cósmico, la oración y, en el mejor y más elevado de los casos, la experiencia mística.

Para terminar la recomendación de este inspirador y sorprendente libro elegimos un párrafo de Francesc Torralba que creemos que define la que podría ser la meta interior de un corredor con conciencia: “Nosotros corremos buscando la paz interior, la pacificación de la mente y de las emociones, el vaciado de las toxinas emocionales que no nos dejan vivir en armonía, o bien que nos encarcelan en la peor de las prisiones” (página 117). ¡Así sea!

Luis Gállego

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