En esta entrada del blog nos vamos a referir al libro “El huerto urbano: plantas aromáticas”, publicado en 2012 por Josep María Vallès y que lleva el clarificador subtítulo de “Manual de cultivo de plantas medicinales y aromáticas en balcones y terrazas”.

Para empezar el autor comienza definiendo los términos que empleara a lo largo de su obra. Así, por planta medicinal entiende aquella que contiene sustancias curativas o preventivas sobre enfermedades. Estas sustancias se denominan principios activos y suelen ser menos peligrosas que los medicamentos de origen artificial porque suelen encontrarse en concentraciones más pequeñas y por lo general se degradan antes. Por otra parte, planta aromática sería aquella de olor intenso y habitualmente agradable. Este se debe a la presencia de sustancias volátiles llamadas esencias y que pueden estar contenidas en las hojas, las flores, los frutos o cualquier otra parte de la planta. Las aromáticas se dividen en plantas condimentarias, que se usan en cocina y plantas perfumarias, cuyo empleo más habitual es en productos de belleza e higiene personal. Aunque, como es evidente, una planta determinada puede tener ambos usos.

A continuación se repasan brevemente las ventajas de cultivar plantas aromáticas. Por ejemplo, eso permite consumirlas más frescas, lo que evita la pérdida de aromas o principios activos que se produce durante el secado sobre todo en algunas de ellas como el cebollino, el perifollo, el cilantro o el perejil. Además, se puede disfrutar de los beneficios de practicar una actividad al aire libre, en contacto con la naturaleza, creativa y relajante.

Cuando se toma la decisión de iniciar el cultivo, el primer paso consiste en decidir donde se va a instalar la plantación. El principal criterio a tener en cuenta es la luz solar que se tiene disponible. Desde esta perspectiva, hay que tener en cuenta que algunas plantas necesitan mucho sol como el romero, tomillo, ajo, ruda o anís; otras se adaptan bien a la media sombra como el perejil, salvia, albahaca u orégano; otras crecen mejor en la sombra como la menta o el laurel.

Otro criterio importante para elegir donde se sitúan las plantas cultivadas es el acceso que se tiene al agua. Al respecto hay que tener en cuenta que los tiestos y las jardineras tienen los inconvenientes de que se calientan más que el suelo y tienen un volumen limitado para guardar el agua. Además hay que tener presente que aunque una planta resista bien la escasez de agua, con un riego adecuado crecerá más fuerte, sana y productiva.

También se deben elegir adecuadamente los recipientes de cultivo que se van a utilizar. En las plantas suele haber una relación entre el tamaño de la parte aérea y el de las raíces, por lo que un recipiente pequeño también limitará el crecimiento de la planta. En cambio, la profundidad del sustrato es menos importante porque las raíces se pueden desarrollar horizontalmente. Además, hay que tener presente que en los tiestos muy profundos en la parte inferior puede producirse un exceso de compactación que dificulte el crecimiento de las raíces. Por eso en recipientes con profundidades mayores de 35 centímetros conviene instalar una capa de drenaje con arlita, perlita o tierra volcánica separada por una tela del sustrato.

Lo siguiente que hay que valorar es el sustrato que se va a emplear, es decir, que va a permitir que la planta se adapte al limitado volumen del recipiente. Su elección dependerá del agua disponible y de la planta que se vaya a cultivar. De manera general hay que valorar dos aspectos del sustrato: su estabilidad y los nutrientes que aporta. A ese respecto si tiene poca estabilidad se degradará rápidamente y perderá capacidad de aireación y de suministrar nutrientes. Por otra parte, la planta necesita para su desarrollo el aporte de nutrientes; algo que es posible de conseguir fácilmente los primeros meses con el sustrato, pero que es posible que después sea necesario complementar con abono o compost. Por tanto, lo ideal es que el sustrato contenga componentes que aporten estructura y estabilidad como perlita, lava volcánica, fibra de coco o arlita junto con otros que aseguren los nutrientes como el abono sea compost u otro.

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Después se aborda la propagación de las plantas que, básicamente, puede ser de dos maneras: sexual y asexual o vegetativa. La primera se produce cuando la flor es fecundada y produce una semilla. Este es un ser vivo en estado de latencia que para germinar necesita de unas condiciones determinadas de humedad, temperatura, viabilidad de la semilla y superación de la latencia. La segunda forma de propagación es la asexual que se produce cuando una parte de la planta sirve para regenerar toda la planta, que será idéntica genéticamente a la original. Los tres tipos más usados son el esqueje, el acodo y la división de matas.

Otro elemento importante en el cultivo lo constituye el abonado, es decir, el aporte de elementos minerales que la planta necesita absorber para crecer sana y fuerte. Hay algunas que necesitan menos minerales como suele ocurrir con las del área mediterránea (tomillo, salvia, romero, espliego); en cambio, otras como por ejemplo las de origen tropical como la albahaca necesitan mayor cantidad. En cualquier caso, hay que tener en cuenta que el exceso de abono puede resultar tan perjudicial como su ausencia. Los abonos se clasifican en químicos y orgánicos, y Vallés apuesta en el libro por los segundos. Entre los orgánicos defiende sobre todo el compost, que ha sufrido un proceso de descomposición y estabilización que le hace que sea más nutritivo y menos tóxico para la planta. En ese sentido se recomienda que entre un 20-40% del volumen del recipiente debería estar ocupado por compost para asegurar los minerales necesarios durante un ciclo de cultivo. También se pueden emplear abonos líquidos que tienen la ventaja de que se absorben más rápidamente pero que obligan a repetir el tratamiento semanalmente.

Respecto al riego se comienza indicando que las necesidades son mayores en una maceta o jardinera porque el recipiente se calienta más, lo que aumenta la evaporación. Además, al ser este limitado no puede almacenar abundante agua ni tener raíces profundas. Además, si la terraza está expuesta al sol o al viento aumentará la evaporación. Para regularlo es importante elegir correctamente el sustrato. Así, para una planta que no aguante bien la humedad es preferible un sustrato aireado que drene el exceso de agua; en cambio, en las que necesitan humedad abundante como la menta habría que elegir uno que retenga más la humedad. A continuación se ofrecen algunos consejos como colocar las plantas con más necesidad de agua en los lugares más resguardados del viento y el sol, dividir la terraza en dos sectores: uno para las plantas de secano y otro para las que requieran más riego y regalarlas de forma independiente, o poner más perlita o fibra de coco en el recipiente de las plantas que requieren menos agua como el espliego y el tomillo.

El siguiente tema que se aborda en esta útil obra es la recolección de las plantas aromáticas. Ésta dependerá de la parte que se quiera aprovechar. Así, si lo que se recolectan son las hojas (menta, hierbaluisa, tomillo) hay que hacerlo antes de la floración porque, a partir de entonces, la cantidad y calidad de los aromas disminuye. En el caso de las flores, el momento de la recolección coincide con su aparición aunque hay casos que este dura unos meses (caléndula, capuchina) mientras que la mayoría sólo permiten una cosecha (espliego, azafrán). Si lo que se quiere obtener es el fruto (anís, hinojo), hay que esperar a que esté bien maduro, pero antes de que se caigan. Para lograrlo hay que recolectar cuando están bien oscuros y se han caído los primeros. Para obtener las raíces, en cambio, hay que esperar al final del ciclo de cultivo, a la parada vegetativa, que es el momento que tienen mayor contenido de sustancias activas.

Respecto a la conservación se indica que lo ideal es usar las aromáticas y culinarias cuando están frescas, especialmente aquellas que se deterioran rápidamente como el cebollino o el perifollo. Pero lo habitual es tener que conservarlas antes de usarlas para lo que el método más empleado suele ser el secado. Este consiste en reducir el contenido de agua para que no puedan desarrollarse los microorganismos que descomponen los tejidos vegetales. Esto debe hacerse en un lugar sombrío, cálido y aireado, nunca a pleno sol ni superando los 35ºC porque se corre el riesgo de que algunos pigmentos y aromas se degraden. Puede realizarse colocando la planta en una bandeja en una habitación con corriente de aire, utilizando el horno o la calefacción, pero teniendo mucho cuidado de no superar la temperatura máxima. Después se debe guardar la planta en un bote o bolsa hermética indicando la fecha en los mismos y conservándolo en un armario sombrío, seco y fresco.

A continuación se proporcionan breves indicaciones para realizar preparaciones con las plantas conseguidas como aceite, vinagre o sal de hierbas, tisanas, preparados en alcohol, ungüentos, cremas, pomadas y aceites esenciales.

Para terminar este completo manual, Josep Vallés proporciona fichas de las principales plantas aromáticas, detallando las características de cultivo y uso de cada una de ellas, desde el abrótano hembra hasta el tomillo.

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