En el libro “De oficinista a finisher” publicado en 2015 el protagonista, Carlos Llano Fernández, que en ese momento tenía 32 años comparte su autobiografía deportiva, que se resume en el subtítulo en el que proclama “O como pasar de una oficina a terminar las carreras de ultradistancia más duras del mundo”. 

Así, comienza contando que fue un niño con sobrepeso, aficionado a comer y con poco interés por las actividades deportivas salvo el fútbol que le gustaba como entretenimiento. Sorprendentemente su afición por las carreras de ultradistancia comenzó con una lesión. En efecto, durante un partido de fútbol universitario sufrió una rotura del ligamento cruzado anterior y del menisco. Después de estar 5 meses escayolado, el médico le dijo que la única forma de que volviera a jugar al fútbol era reforzando los cuádriceps. Y Carlos, por su cuenta y riesgo, comenzó a correr para conseguir ese objetivo.

Para empezar a entrenar se apuntó, con grandes dosis de valentía y de inconsciencia pues hasta entonces no había corrido más de 45 minutos seguidos, a la maratón que se celebraba en Madrid unos días después. A punto estuvo de abandonar en el kilómetro 31 cuando apareció el temible «muro». Sin embargo, a base de coraje y pundonor, logró finalizar.

Después de ver las orejas al lobo, decidió entrenar de manera más organizada y eficiente y se apuntó a un club de triatlón. Con este bagaje, Llano logró cumplir su sueño de participar y terminar el Maratón de las Arenas. Aunque pagó la novatada de su inexperiencia en lo poco apropiadas que fueron sus provisiones de comida y agua. Asimismo, la experiencia le sirvió para recomendar a los demás que, deberían hacer un entrenamiento más progresivo y planificado que él había hecho.

El siguiente reto que se planteó Carlos fue participar en un ironman. Para hacerlo eligió el Astromad que se celebraba en Robledo de Chavela. Durante los cinco meses que tuvo para prepararlo, participó en diversas pruebas como el medio iroman Half Challenge Barcelona, la marcha cicloturista de Mallorca312 y el Gran Trail de Peñalara, que tuvo que abandonar porque la cabeza le jugó una mala pasada.

A la semana siguiente de finalizar el Astromad, participó en un segundo medio ironman, esta vez en Mallorca. Sin rechazar volver a participar en otros iroman, Llano defiende  su preferencia por las carreras de autosuficiencia. Esto es debido a que son menos competitivas y hay menos preocupación por las marcas obtenidas. En ellas los rivales son el terreno, la climatología y, sobre todo, uno mismo. Y lo que se valora es la capacidad de resistencia, disfrutar de la naturaleza y ayudar al resto de los compañeros cuando lo pasan mal.

El siguiente desafío que se planteó Carlos Llano fue participar en el Atacama Crossing. Prueba de 250 kilómetros, considerada la carrera de autosuficiencia más dura del mundo. A ello contribuye el que transcurre por el desierto más árido del planeta y a altitudes en torno a los 4.000 metros. Durante la prueba tuvo que soportar temperaturas superiores a los 50 grados de día y bajo cero de noche. Pero lo más duro fue tener que afrontar la etapa más larga, 84 kilómetros, con una raja de 8 centímetros en uno de los pies.

Sin embargo, las experiencias vividas de convivencia con el resto de los participantes, los impresionantes paisajes contemplados y la lección de superación que supuso, merecieron y compensaron el esfuerzo y dejaron al protagonista de esta autobiografía con ganas de repetir esta aventura algún día. Aunque el autor comenta que “creo que el éxito, el verdadero desafío, mucho más allá de cruzar o no la meta, está en el día a día, en ser capaz de dar lo máximo de ti mismo de lunes a domingo, en el trabajo, en el entrenamiento o en tu vida social.” (página 57).

Dispuesto a superarse una vez más, Llano decidió participar en agosto de 2011 en el Ultraman de Canadá, cuando tenía 27 años. Este tipo de pruebas se desarrollan durante tres días; en el primero se nadan 10 kilómetros en aguas abiertas y se recorren 145 kilómetros en bicicleta, En el segundo se hacen otros 276 kilómetros en bici y el último se remata con una carrera de 84 kilómetros (la distancia de dos maratones).

Con su equipo de segunda mano y el apoyo de su padre y los amigos que allí encontró, Carlos volvió a ser finisher, lo que aumentó su confianza y autoestima. Porque como él dice “la confianza en uno mismo es un proceso parecido a ir subiendo una gran escalera. No te levantas una mañana y dices «a partir de hoy confío en mí mismo». Poco a poco y según vamos superando obstáculos que creemos inalcanzables, nuestra confianza va creciendo” (páginas 84-85).

En 2012 Carlos Llano participó en el Epic5, una mediática carrera que consiste en que cinco atletas realizan cinco ironman seguidos en las cinco islas de Hawai. Prueba que ya fue mencionada en este blog por la participación de otro español, Josef Ajram. Sin embargo, al poco de empezar su participación Carlos y su equipo de apoyo descubrieron que la prueba estaba muy mal organizada. Por eso el protagonista del libro decidió retirarse en el segundo ironman muy desilusionado y desanimado. 

A continuación se cuenta la labor solidaria realizada por Carlos Llano con más mérito todavía que sus hazañas deportivas. Ésta empezó cuando utilizó su participación en el Epic5 para recaudar fondos para el proyecto Wend Be Ne Do, que se encargaba de cuidar enfermos de sida en Burkina Fasso. Pero, además, el corredor decidió involucrarse personalmente visitando y trabajando en el lugar. A continuación, creó la Ong Childhood Smile para seguir ayudando a los niños desfavorecidos de África.

El gran reto al que se enfrentó en 2013 fue participar en Gobi March, una carrera de 250 kilómetros atravesando territorios de China y Mongolia. En su primera prueba en Asia, el único continente en el que le quedaba por competir, se tuvo que enfrentar a problemas de logística tanto para llegar en avión como para abastecerse de lo necesario allí. Además tuvo problemas con la rodilla y la dificultad añadida del idioma. Aún así logró concluir este reto disfrutando en el camino de rincones casi vírgenes que han sido contemplados por muy pocas personas.

De vuelta a su casa en Torrelodones, el autobiografiado realizó el Trail Peñalara, la carrera de 110 kilómetros con 5.000 metros de desnivel positivo que no había culminado tres años antes. En esta ocasión lo hizo con el club de corredores que había creado en su localidad. Aunque esta vez sí logró acabarlo, su rodilla se resintió mucho en las bajadas. Esto le animó a visitar al médico que le diagnosticó una inflamación de la cintilla ilotibial, una lesión muy típica en corredores de media y larga distancia.

Recuperado de ella, Carlos Llano, volvió a su amada África para participar en la Ultra Africa Race. Una carrera de 213 kilómetros dividida en cinco etapas en Burkina Faso. A pesar de ser la más corta de autosuficiencia en la que había participado hasta entonces, el lograr terminarla implicó un gran esfuerzo físico y psicológico por las condiciones extremas de calor y humedad y los problemas gastrointestinales que sufrió. Sin embargo, también estuvo llena de momentos de una gran calidad humana por las muestras de generosidad de los habitantes del que es el tercer país más pobre del mundo y por la interacción con los niños que jaleaban y acompañaban a los corredores.

A continuación, Carlos animado por la lectura de la biografía del ultramaratonista Scott Jurek, que también ha sido comentada en este blog, decidió participar en la Western States. Esta es una carrera de montaña de 160 kilómetros que transcurre por los estados del oeste de Norteamérica desde Salt Lake City en Utah hasta Sacramento en California y que fue ganada siete veces consecutivas por Jurek. Para conseguir el tiempo para clasificarse, Carlos eligió la Gran Trail de Peñalara. Participó en ella por tercera vez, pero en esta ocasión con la obligación de terminarla en menos de 22 horas. Para afrontar el reto de correr por primera vez pendiente del tiempo contó la ayuda de la entrenadora Gema Quiroga.

Posteriormente el protagonista del libro afrontó su quinta carrera de autosuficiencia esta vez en Madagascar. En esta ocasión no sólo logró acabarla, sino que, por primera vez, logró hacer la etapa larga de una sola vez sin parar.

Además, se llevó de esta prueba la gran de lección de la aceptación. Como él mismo lo explica, “aprender a aceptar está relacionado con aprender a no juzgar. Le ponemos una etiqueta a todo y esto acaba provocándonos dolor. Tenemos que aceptar cualquier cosa que nos toque vivir como si la hubiéramos elegido. Cuando no hay juicios, no hay resistencia y no surgen los sentimientos y los pensamientos negativos. Nuestra queja es consecuencia de no aceptar. Cuando te quejas te conviertes en víctima, mientras que cuando aceptas y comienzas a actuar tomas el control de la situación. Si algo te resulta insoportable, únicamente tienes tres opciones: abandonarlo, cambiarlo o aceptarlo. Debes elegir y a partir de ahí aceptar las consecuencias sin ponerte excusas” (página 135).

Este honesto y motivador libro termina con Carlos Llano proclamando que su pasión por las carreras de ultradistancia se debe a que le gusta viajar, afrontar situaciones inesperadas, conocer personas de las todas las partes del mundo y ser capaz de aceptar la soledad y el dolor.

                                                           Luis Gállego

Este artículo fue originalmente publicado por Luis Gállego el 16 de abril de 2019 y ha sido revisado y actualizado para su republicación.

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