En esta ocasión llega al blog un libro de muy reciente aparición pues fue publicado en mayo de 2019 y lleva como título «Desconecta y vive». Su autor es Víctor Martínez Font, que fue halconero del aeropuerto del Prat durante once años y que desde hace siete dirige la empresa Desconnexions, dedicada a organizar actividades para otras compañías en la naturaleza. El objetivo de la empresa que explica Ferrán Martí en el prólogo posiblemente también podría servir para acotar el objetivo del libro: «Como veía a las personas sumidas en la rapidez, el ruido y la instantaneidad comenzó a gestar en su cabeza la idea de proporcionar una «desconexión en la naturaleza» a estos seres humanos sumidos en la fuerza centrífuga de la sociedad de hoy. Un respiro, una desconexión que, a su vez los conectara con ellos mismos, con su interior y su calma» (páginas 11-12).

En la introducción el autor expone a vuela pluma y sin ningún afán sistemático las premisas intelectuales y vitales de las que parte. Así indica que la naturaleza va a ser el hilo conductor de su propuesta para llevar una existencia más plena y auténtica y que la utilizará como fuente y ejemplo de vida sencilla. Sin embargo, aclara que evitará idealizarla o considerarla como una panacea para todos los males, sino que tan sólo será un medio para poder avanzar. Por otra parte entre los obstáculos para conseguirlo el autor señala las nuevas tecnologías, el consumismo, el poder y el miedo a vivir.
 
A continuación se aborda el problema del exceso de información que se sufre en la actualidad y como puede dar lugar a una intoxicación de la misma o a una desinformación debido a su exceso. En esta obra se asegura que este exceso de información provoca efectos secundarios negativos como perder la capacidad de observar, el sentido crítico o el uso de los sentidos. Frente a ello, y como antídoto, se reivindica la importancia de la mirada en la comunicación, la contemplación y el silencio.
 
Seguidamente Víctor Martín explica la importancia que han tenido los animales en su vida y lo mucho que ha aprendido de ellos hasta el punto de calificarlos como maestros. Pero previamente aclara que está en contra de proyectar nuestras querencias sociales en ellos, cayendo en ocasiones en un sentimentalismo que poco tiene que ver con el mundo animal. Eso le conduce a explicar lo que ha aprendido de cada animal compartiendo para ello sus anécdotas personales. Del hurón con el que compartió una época aprendió la perseverancia; de su primer halcón recibió ejemplos de nobleza y autenticidad; gracias a un azor, de manera sorprendente, descubrió la importancia de perdonar. También tuvo dos perros con caracteres opuestos: un border collie nervioso e infatigable y otro que era mezcla de mastín y grifón, pacífico y equilibrado. De unas ocas aprendió lo que era el amor y, por último, de un cuervo descubrió lo que era la inteligencia y la astucia, bien entendidas. Esta parte termina con el intento de explicar la relación que se establece en estos casos entre el hombre y el animal. «Me gustaría aprovechar estas líneas para desmentir que la relación de adiestramiento que se establece entre el cuidador y el animal se debe solo al manejo del hambre en el adiestrado. Normalmente, el trato se inicia con el uso de la comida, pero poco a poco y bien llevado, el animal y el individuo establecen una conexión que va más allá del entrenamiento y, de repente, aparece un vínculo. Casi al igual que en las relaciones humanas, primero nace una relación de interés o necesidad, y puede que con el tiempo se establezca una comunicación más duradera y quién sabe si incluso afectiva» (página 88).
 
También se atreve Víctor a abordar en esta obra un tema tan complejo como el de la comida. Para ello comienza contando como una enfermedad que sufrió modificó completamente su relación con la comida durante dos años y de esa forma descubrió la importancia que tenía ésta. Su concepción de la misma parte de algunos lugares comunes cada vez más aceptados y extendidos como que somos lo que comemos o que introducir cambios en la alimentación puede prevenir o curar enfermedades, o al menos, minimizar sus efectos. Sin embargo, lo original de su propuesta radica en que propone una relación más directa, natural y auténtica con la comida. En esa línea la primera propuesta que hace es que los consumidores conozcan la temporada de cada verdura y fruta para adaptar la dieta a ella. De esa forma había que evitar, por ejemplo, comer tomates en enero, pimientos antes de julio o fresas y cerezas en Navidad. Pero, yendo un paso más allá, se sugiere que una persona que pretenda hablar sobre los alimentos debería haberlos cultivado antes él mismo para conocerlos a fondo. Igualmente se defiende que la cría y el sacrificio de pollos u otras aves proporciona una visión más realista de lo que supone comerlos. También se critica la relación tan aséptica que se tiene a menudo con otro tipo de carnes que se adquieren ya cortadas, deshuesadas y desangradas en herméticas bandejas de plástico, lo que falsea y oculta la relación con las mismas.
 
En el libro se realiza también un alegato a favor de la sencillez. Entendiendo por ésta no ostentar ni aparentar algo que en realidad no se es; actitud que parece alejada de la que impera en esta sociedad en la que la apariencia y el postureo es tan habitual y parece que se vive para consumir experiencias. Frente a eso se propone que la sencillez se convierta en una actitud vital en la que se relativicen los sucesos. «La sencillez es una manera de encarar la vida, un modo de relativizar; eso te permite relajarte y dejar de ser un dios o una diosa a cualquier precio» (página 117). También se comenta que la sencillez está asociada a cualidades como la inocencia, la humildad y la bondad. Además se indica que ritos como la celebración y el agradecimiento contribuyen a ese vivir sencillo porque permiten establecer paréntesis en nuestras existencias. Se termina poniendo como ejemplo de cómo se pueden hacer cosas más sencillas la paternidad y la educación de los hijos.
 
 
A continuación se critica la adicción a las nuevas tecnologías y, especialmente, al uso que se suele hacer de las redes sociales. Esta conduce a llevar dos existencias paralelas: la virtual y la real. Lo que, en la práctica, se traduce en vivir a través de las pantallas de manera poco auténtica porque se está más pendiente de las apariencias y la opinión de los demás que de la experiencia real. Especialmente sangrante le resulta al autor el uso de las tecnologías para entretener y distraer a los menores.
 
En el siguiente capítulo, Víctor despliega una apología del instinto y la intuición. Del primero indica que, con el desarrollo de la sociedad de bienestar, se ha ido perdiendo el contacto con él y la confianza en lo que puede aportar. Para recuperarlo se propone una vuelta a la naturaleza porque las personas y los animales que están más cerca de ella mantienen una relación más sana con su vida instintiva.
 
En cuanto a la intuición en esta obra se considera un mirar hacia dentro sin intervención del razonamiento ni la deducción. En ese sentido, guiarse por la intuición consistiría en ser capaz de escuchar y seguir a esa voz interior sin que intervenga el juicio. En cualquier caso no se considera que ésta tenga todas las respuestas, sino que simplemente se considera una herramienta más, una potente herramienta. Para poder usarla se dan algunos consejos que permiten encontrar ese hallazgo intuitivo que después se completará con un razonamiento y finalizará en algunos casos con una actuación. Así, por ejemplo, si un mismo mensaje llega en un corto período de tiempo de tres personas o lugares distintos sin relación sería una señal de que ese mensaje es importante. También se aclara que la intuición funciona además por aparentes casualidades que no se pueden explicar desde la razón y la lógica. Por otra parte ese conocimiento intuitivo se siente de una manera diferente al resto de las informaciones que se recibe. Así la intuición se suele percibir como algo cercano y de corazón.
 
El libro termina reiterando y recalcando que el contacto con la naturaleza aporta equilibrio, paz interior y estabilidad. Desde esta perspectiva la naturaleza se convertiría en una herramienta para conseguir el equilibrio mental frente a la acelerada, neurótica y artificial sociedad en la que vivimos. Para conseguirlo se vuelve a proponer una vez más que, en vez de que alguien ajeno indique las reglas y procedimientos, sea uno mismo el que lo descubra en el silencio y la quietud de la naturaleza. «Lo que la humanidad está buscando es un poco de sosiego interior, silencio en medio del que poder escuchar quién y qué somos, incluso qué queremos ser o, sin ir más lejos, como refugio a tanto ruido» (página 167). Y, para conseguirlo, Víctor Martín lo que propone es una técnica muy sencilla que consiste en encontrar un sitio tranquilo en la naturaleza, a ser posible una zona alta con vistas y sentarse solo. Se trataría de un tipo de meditación en el que se deja de pensar y hacer frenéticamente para contactar con el momento presente y con toda la vida que nos rodea y de la que pocas veces somos conscientes.
 
Terminamos esta reseña recomendando este libro que proporciona una visión fresca y original de lo que puede aportar un mayor contacto con la naturaleza. Objetivo que el propio autor expresa de esta manera que puede resumir el propósito de esta obra: «No se trata de volver a ser primitivos cavernícolas ni de aislarnos en cabañas en mitad de bosques vírgenes; antes bien, se trata de conseguir retroceder unos pasos para recoger recursos y herramientas que fueron -y nos serán- muy útiles para garantizar una equilibrada evolución» (página 181).
 
 

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